Cara a Cara. Jorge Biglieri La salud mental en cuarentena: “En lugar de decir ‘yo te cuido’, hay que dar herramientas para cuidarnos solos”

Lo afirma el Decano de la Facultad de Psicología de la UBA. Dice que el mensaje del miedo no ayuda y critica el paternalismo, porque quita responsabilidad individual.

Cumplimos 108 días de cuarentena y el mensaje presidencial es el mismo del primer día: quedate en casa, yo te cuido. ¿Cómo influye este tipo de “paternalismo” desde el punta de vista psicológico?

-En una primera etapa, cuando irrumpe la pandemia del coronavirus, todas las sociedades buscan protección y cuidado. Las medidas y recomendaciones que los líderes llevan adelante son obedecidas porque hay una situación de peligro, de miedo. Por eso la imagen de los líderes crece. Pero con el transcurso de los días el miedo inicial se va morigerando con otras situaciones que aparecen con el encierro, como el estrés, la ansiedad, la depresión. La gente empieza a perder el trabajo, no puede pagar el alquiler, la prepaga… Crecen otras preocupaciones, hay otras necesidades, otros miedos, y algunos ya dejan de obedecer. El “yo te cuido” es para que no te mueras de coronavirus, para que sobrevivas, no para que vivas.

El ministro de salud de la Provincia dijo que si se levantaba la cuarentena íbamos a empezar a ver cadáveres apilándose en cámaras frigoríficas o en geriátricos. Y su vice afirmó que “compraba” una cuarentena hasta el 15 de septiembre. ¿Qué reflexión le merece el miedo como mensaje?

-El miedo siempre busca generar algún tipo de comportamiento en la sociedad. “Quedate en casa” es como decirle a un chico “no hagas eso porque viene el hombre de la bolsa”. En marzo nosotros tuvimos una situación de miedo que no fue inducida por el Gobierno. Existió porque veíamos los muertos de España e Italia que iban a llegar acá. Ya había una situación de miedo preexistente y no se necesitaba asustar más a la gente, porque eso luego trae otro tipo de problemas. En lugar de apelar al miedo se debería invertir en psicoeducación. Hay que darle herramientas a la gente para que aprenda a cuidarse sola a través de campañas de información. Si alfabetizamos a la población vamos a tener ciudadanos que respeten más las indicaciones del Gobierno y puedan afrontar mejor el encierro. El mensaje del miedo en esta cuarentena tan larga, cuando ni siquiera se sabe cuándo va a terminar, ya no alcanza. Y el paternalismo tampoco, porque refuerza esa sensación de espera, que “tu papá” va a venir a resolverte los problemas. No es bueno generalizar el asistencialismo sin un proyecto para que la gente salga de esta situación. En Europa y EE.UU. hay planes para los desocupados, pero son coyunturales. Acá hay que generar las condiciones para que cada uno se desarrolle y alcance el máximo de su potencial. Porque los que no tienen independencia económica pierden la libertad. De la mano del “yo te cuido” viene el “yo decido por vos”. El efecto del paternalismo es quitar la responsabilidad individual, lo contrario de lo que debería suceder en una sociedad republicana.

¿Cómo impactan los mensajes contradictorios en esta cuarentena? Un ejemplo claro es el de los runners, primero se los habilita, luego se los prohíbe y más tarde el ministro de Salud de la Nación admite que la decisión se tomó más por una cuestión de imagen que por riesgo de contagio.

-Es importante que la comunicación de los mensajes estén basados en evidencias objetivas para que sean confiables, para que no despierten más ansiedad y temor en la población. Si no son coherentes empiezan a sembrar desconfianza. Y si hay algo que no debemos hacer en este momento es agregar desde la comunicación más incertidumbre, porque esto aumenta el riesgo psicológico. Por eso insisto en la necesidad de que la comunicación se oriente a políticas psicoeducativas. Nosotros lo estamos haciendo desde la Facultad, desde el comienzo de la pandemia, pero lo deseable hubiese sido que la tome también el Gobierno. Hay que enseñarle a la gente cómo identificar las emociones para enfrentar la cuarentena. El 29% de la población tiene algún tipo de trastorno mental, según el último informe oficial de 2015. Con esta situación disruptiva del coronavirus, que es un estresor externo, esos trastornos preexistentes se agravan. En la población sana la cuarentena también es un problema, porque puede derivar en trastornos de ansiedad o depresión.

-A propósito, la UBA y la Asociación Psicoanalítica Argentina presentaron un pedido para que los psicólogos sean reconocidos como trabajadores esenciales. Y afirman que es necesario prestar más atención a los tratamientos psicológicos o pagaremos las consecuencias. ¿A cuáles se refieren?

-En este momento no hay una política de salud mental articulada. Lo que hay es un sesgo muy fuerte desde el punto de vista biomédico. El Gobierno tiene un gran equipo de infectólogos y epidemiólogos pero resolver el problema del contagio del virus no resuelve el problema de la salud. No hay salud sin salud mental. Hay un montón de gente que no se va a enfermar de coronavirus pero eso no quiere decir que esté sana. El 60% de la gente que iba al psicólogo abandonó el tratamiento durante la cuarentena porque no se acostumbró a las sesiones remotas o porque no tiene intimidad en su casa para hablar con el psicólogo. Es imprescindible que vuelvan a atender en los consultorios. Tiene que haber redes de contención que permitan que nuestros ciudadanos bajen los niveles de ansiedad y estrés. Todos sabemos que va a haber mucha gente que pierda el trabajo y que va a aumentar la marginalidad. La recuperación económica y social de la Argentina posterior a la cuarentena va a depender muchísimo de la salud mental que tenga nuestra población. Porque eso afecta directamente al rendimiento laboral. La principal discapacidad laboral en el mundo es la depresión. Si tenemos a la gente muy afectada psicológicamente por este largo confinamiento, todo se complica más. Será un problema que el Estado va a tener que atender.

-Según una colega suya, Elke Van Hoof, profesora de la Universidad de Vrije en Bruselas, la humanidad está asistiendo al mayor experimento psicológico de la historia. ¿Está de acuerdo?

-Absolutamente. Tenemos millones de personas encerradas, en aislamiento, que además no firmaron ningún consentimiento para participar del experimento. El final es abierto, no hay antecedentes de lo que va a ocurrir cuando se abra la puerta y salgamos todos. Por eso es clave la atención psicológica presencial. Las líneas de atención telefónica de emergencia no alcanzan. Hoy los servicios públicos de salud están abocados solo al Covid-19 y no funciona la asistencia privada ni las obras sociales porque nuestra tarea no está considerada imprescindible. Estamos ante una situación explosiva.

-¿Es posible que ciertas personas encerradas por la cuarentena desarrollen desórdenes postraumáticos como los que se pueden observar tras una guerra?

-Es difícil comparar. La guerra tiene características muy específicas. Uno sabe a dónde va, el riesgo que corre. Acá tenemos una situación muy difusa. Es una incógnita. Que va a haber estrés post traumático no hay dudas, lo que no sabemos es cuánto. Que va a haber incremento de la depresión tampoco hay dudas.

El Observatorio de Psicología Social de la UBA detectó, a partir de una encuesta online entre 2.490 personas, que las consecuencias ante la incertidumbre laboral y el impacto que provoca la falta de contacto real con el entorno más querido se agrava peligrosamente con el transcurso de los días. ¿Cuáles son los trastornos mentales más frecuentes? ¿Cómo fueron cambiando desde el comienzo de la cuarentena hasta ahora?

-De la ansiedad se pasó a la depresión. Todo se agrava a medida que pasa el tiempo. En nuestro Servicio de Atención Psicológica gratuita recibimos un promedio de 70 llamados diarios. A partir del día 60 de la cuarentena tuvimos que cambiar el protocolo de atención debido a la cantidad de casos más complejos que empezaba a recibir el servicio. A los primeros cuadros generados por el confinamiento, más ansiosos, les siguió un aumento de la sintomatología depresiva, como la pérdida del sentido de la vida y el desgano.

¿Cuánto tiempo más en estas condiciones de aislamiento social son tolerables a nivel psicológico?

-Algunas personas son resilientes naturales, es decir que pueden reinventarse y recrear sus vidas. Otras no. Hay que ayudarlas. En Europa ya podemos ir viendo las primeras secuelas. Allá la pandemia no se fue: lo que se terminó es la cuarentena. Los jóvenes salieron rápidamente a copar las playas y eso trajo nuevos contagios. En cambio, las personas más grandes no quieren salir de sus casas, no van al médico ni al psicólogo: tienen desconfianza, fobias. Son las primeras secuelas que están observando los colegas europeas. Ellos hablan de un iceberg, donde alcanzan a ver sólo algunos comportamientos. El conjunto de los problemas lo vamos a ver dentro de un tiempo. Entonces vamos a poder contar cuántas personas quedaron con estrés postraumático y con depresiones.

-Cuando los días se repiten como en el Día de la Marmota lo más difícil es sacarse el pijama de encima. ¿Cómo se arma una “normalidad” en la anormalidad?

-Es fundamental organizarse el día, armar una rutina. Si al levantarse una persona se bañaba para ir a trabajar, ahora tiene que seguir haciéndolo aunque se quede en casa. Hay que dividir el día en horarios de trabajo y de esparcimiento. Los seres humanos necesitamos orden. Tenemos que sentir que tenemos el control de nuestras vidas. Cuando lo perdemos nos ponemos ansiosos y aparece el estrés. Debemos volver a recuperar una normalidad.

-¿Hay alguna enseñanza que nos pueda dejar esta pandemia sobre cómo responder ante la adversidad?

-Eso depende de las políticas que se lleven adelante. Hay que ayudar a la gente a identificar sus emociones y sentimientos para que pueda controlar algunos episodios de salud mental. Si una persona está teniendo un ataque de ansiedad y puede identificarlo, entonces lo puede controlar. Tenemos que darle herramientas para que pueda autorregularse, para que aprenda a cuidarse y genere una concepción de ciudadanía más responsable. Esto sería un avance importante porque vamos a estar preparados para cualquier eventualidad a futuro. Nadie puede garantizar que el año que viene no tengamos otro rebote del virus. Lo que está pasando ahora nos tendría que servir como un aprendizaje social, para salir más fortalecidos como personas y como ciudadanos.

Tras el encierro, ¿llega la epidemia de divorcios?

– En estos meses de confinamiento se detectó el incremento del uso de medicación sin prescripción médica y el consumo de alcohol. Da la sensación de que cuando se abra la puerta de la cuarentena ya no seremos los mismos…

-En el Observatorio de la Facultad estamos terminando una encuesta donde casi el 30% afirma que lo que más le preocupa hoy es su salud mental, casi el mismo porcentaje (36%) que responde estar preocupado por su situación económica. Cuando le preguntaron al presidente sobre la angustia en una conferencia de prensa se enojó, pero en la última comunicación del triunvirato todos mencionaron la palabra angustia varias veces. Logramos que se reconozca la existencia del problema, es un comienzo. Ahora hay que ver qué se hace con eso…

-Contrariamente a lo que se creía, la población mayor es la que mejor se está llevando con el encierro. ¿Por qué? ¿Quiénes lo padecen más?

-A la gente mayor la afecta la soledad, pero la cuarentena no le modifica sustancialmente sus actividades, su modo de vivir. Los más afectados son los jóvenes de entre 18 y 29 años, porque el confinamiento los obliga a suspender proyectos de estudios, de pareja, de trabajo. También los niños la pasan mal: se están viendo muchas regresiones. Algunos chicos vuelven a hablar como bebés, o dejan de contener esfínteres. ¡Y ni qué hablar de las parejas! Nuestros estudios indican que subieron todos los indicadores negativos de comunicación familiar, como la honestidad, la tolerancia al desacuerdo o la intromisión en la vida del otro, y disminuyeron los de cohesión, como los sentimientos de ser escuchados o la confianza.

-Según sus encuestas, el 80% de los encuestados dice que empeoró su vida sexual…

-Claro. Hay novios que no se ven hace más de 100 días, no pueden caminar de la mano por la calle… La sexualidad por whatsapp no alcanza. Las parejas que conviven la pasan un poco mejor, aunque el encierro favorece el aumento de las discusiones, las peleas, la violencia, la irritabilidad. Uno tiene más tiempo de descubrir al otro y de ver cosas que tal vez no le gustan tanto. Y si estás las 24 horas al lado de tu pareja perdés el interés sexual. El tema de presencia/ausencia se ha estudiado mucho en psicología y es clave en el deseo.

-¿Después de la epidemia del coronavirus llega la epidemia de divorcios?

-Y… es muy probable. El impacto del encierro tan prolongado en los hogares no es bueno para nadie. Modifica toda la dinámica de funcionamiento familiar. Estamos asistiendo a un gran experimento con final incierto.

Itinerario

Nació el 28 de febrero de 1962 en CABA. Integró la camada que inauguró el CBC de la UBA, en 1985. Trabajó a lo largo d e toda su carrera de Psicología y militó en Franja Morada, agrupación por la que fue elegido consejero estudiantil. Luego fue elegido varias veces Consejero Superior por el claustro de graduados y se desempeñó como Secretario de Cultura y Comunicación de la Universidad. Actualmente está a cargo de la cátedra de Psicología Política II. En 2018 fue electo Decano de la Facultad de Psicología.

Al toque

Un lugar Carmen de Areco.

Un prócer San Martín, Belgrano y Sarmiento.

Un líder El Alfonsín de 1983.

Un proyecto Finalizar las obras de la Facultad y que la psicología ocupe el lugar que le corresponde en las políticas de salud y sociales.

Un libro que esté leyendo La civilización en la mirada, de Mary Beard.

Un recuerdo El nacimiento de mis hijos.

Una bebida El vino Malbec y el Dry Martini.

Una persona que admira Sigmund Freud.

Un placer Leer y escuchar música.

Una película Una mente brillante.

Una serie Mozart en la jungla y Years and years.

Un sueño Llegar a ver el fin de la decadencia argentina y el inicio de su recuperación y desarrollo.