¿Dejarías que tu hijo de 10 años tenga un canal en YouTube?

imagen: Blog.smartekh.com

El acceso a las redes, el nuevo dilema para los padres de niños que producen y publican cada vez más sus videos en la Web. Expertos aconsejan fijar límites, en lugar de prohibir.

Tiene apenas nueve años, grandes dosis de histrionismo y un don natural para expresarse con soltura y atraer por su carisma a miles de usuarios. En poco más de un año, Juana Distéfano se convirtió en una precoz luminaria en YouTube. Su canal de videos suma 2,7 millones de views, y sus 50.000 suscriptores la han encumbrado como la youtuber local más popular del país entre los menores de 10 años.

Su visibilidad le trajo réditos: es una de las primeras chicas argentinas en monetizar sus posteos. Por el cúmulo de clics, el bimestre pasado Google AdSense, el site que mide las visualizaciones, le pagó a sus padres US$ 106,31, mientras la pequeña estrella sigue acumulando crédito a su favor.

Si bien es abismal la diferencia con lo que engrosan sus pares en otros países, donde los chicos vbloggers(por video bloggers) cosechan millones de seguidores, amasan fortunas y mutan en entrepreneurs, el caso Distéfano inaugura en el país una tendencia novedosa, disruptiva y también inquietante: la generación Z comienza a zambullirse en las redes sociales comoprosumidores (productores y consumidores de contenidos), a edades cada vez más tempranas.

Con anuencia de sus padres, los chicos desafían incluso las normativas de las redes, que restringen el acceso a los menores de 13 años. Así lo impone la Children’s Online Privacy Protection Act (Coppa), la ley federal que rige en los Estados Unidos para resguardar sus datos personales, que se extiende a gran parte del planeta cuando no media otra legislación local, según explicó el fiscal de delitos cibernéticos, Horacio Azzolín.

Pero esa limitación es fácil de transgredir: los chicos usan las cuentas de sus padres o mienten en la edad para ingresar a las redes. Las cuentas «cedidas» o compartidas con los adultos serán personalizadas con los perfiles de los chicos. Esa complicidad, no obstante, no los eximirá de que su actividad sea monitoreada en los celulares de los padres. Además de su canal en YouTube, Juana participa en Snapchat, en Musical.ly (comunidad de videos musicales) y en Instagram, donde tiene un club de fans. Conscientes de su exposición, sus padres la «entrenaron» para ignorar los comentarios negativos de sus pares, que cuando los hay-afirman-, representan uno de cada diez.

«De diez comentarios negativos, uno será fuerte y yo mismo me encargo de bloquearlo», comenta a LA NACION el padre, Juan Distéfano.

En su canal, Juana puede hacer una mímica perfecta de las canciones de Disney, compartir sus rutinas de domingo, plantear desafíos y «rankear» golosinas chinas. También dar un tour por su cuarto, exhibir el contenido de su I Pad o contar «50 cosas sobre mí».

Al margen de sus talentos, la adhesión que genera, en realidad, se cifra en la destreza de la edición de su hermana mayor, Catalina, de 14 años. Es ella, más tímida y reservada, la que con su Iphone 6 oficia de productora, directora y realizadora.

«Para ellas es una forma de juego y de expresión. Un tipo de entretenimiento que nosotros no teníamos», cuenta su madre, María Helena, quien se vale del diálogo constante y de la bajada de línea para imponer los sí y los no en las redes. «No suben nada sin nuestra aprobación. Juana no tiene celular y tampoco Facebook. Sí un Ipod y una tablet que comparte con su hermana. Ellas saben que no se pueden comunicar con desconocidos.

El padre dice: «Impedirles el acceso a las redes sociales es como querer tapar el sol con las manos. Preferimos educar con un acceso controlado, trabajar sobre ellas e insistirles en que no hay que darles mucha importancia ni a los halagos ni a los comentarios hostiles».

En su colegio a Juana le piden autógrafos. «Me encanta cuando lo que muestro en mi canal les gusta a los demás», dice, y cuenta, que sigue a otros youtubers, como Los Polinesios, de México, o a las argentinas Ema Wild Rose y a las hermanas Domínguez, de 13 y 14 años.

«Lo más difícil es decidirnos por una idea, porque la edición no me cuesta», apunta Catalina, que reconoce que las temáticas suelen replicarse entre losvbloggers aquí y allá.

El fenómeno de los youtubers locales y precoces es difícil de cuantificar. En Google señalan que no existen métricas, «ya que los canales registrados son creados o administrados por mayores de 13 años. Pero las políticas no señalan ninguna restricción que impida que se suban videos de menores, siempre que el contenido cumpla con las normas de la comunidad», afirman.

En un foro de padres días atrás se planteó una pregunta urticante: «¿Dejarías que tu hijo de 10 años tenga un canal en YouTube? «

A Valen López Collia, de 8 años, sus padres le dijeron que sí, pero sólo a ésa red. Le abrieron «El mundo de Valen» y ella misma edita con arte sus videoclips. «Prefiero que acceda bajo mi supervisión a que lo haga a escondidas», dice su padre. El cambio cultural es notorio: nunca miró TV, sólo Netflix, videos y a youtubers.

Renata cursa tercer grado y días atrás ensayó una coreo. Quedó tan fascinada con su perfomance que inquirió: «¿Podemos grabar un videíto y subirlo a YouTube?» «Me tomó por sorpresa; me pareció raro porque ella es más espectadora que protagonista», dice Soledad Arano, su madre. «La respuesta fue un no en suspenso ya que no sé cuál es la reacción que pueden tener otros y cómo eso la puede afectar a ella».

«Las redes están produciendo efectos difíciles de medir en todas las relaciones humanas a cualquier edad y en los chicos esos riesgos deberían eliminarse por completo», opina Julián Gallo, consultor en Nuevos Medios, e intransigente al momento de permitir cualquier acceso a las redes a sus hijos menores de 13. «El acoso del bullying o la amenaza del grooming (adultos encubiertos que tratan de seducir a niños) son amenazas directas y reales que los acechan. El riesgo de distorsión de su identidad pública o distintas formas de estigmatización son otras. Porque un chico de nueve u once años no puede evaluar lo que publica, ni medir su efecto en el tiempo, que en la red es a perpetuidad».

Gallo juzga a los sistemas de mensajería como Snapchat y WhatsApp, «como una bomba de tiempo. Ni siquiera Penguin, la red social para niños, permite mensajes entre ellos».

«De todas las redes, Facebook es la más controlada», agrega . «Pero no hay estudios ni bibliografía-ya que esto sucede ahora-, sobre las consecuencias de la exposición de menores. La gente es incauta. Todo está muy mezclado y hay contenidos para los que no están preparados. Ellos sufren la popularidad y se deprimen si sus fotos o videos no suman likes. Soy muy pesimista en cuanto a sus efectos sobre las poblaciones más jóvenes, pero no así en los adultos»,

Su alarma se sustenta en el grueso de los estudios sobre bulliyng. El último relevamiento de Microsoft, dirigido por Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación e investigadora en consumos digitales de niños y adolescentes. arrojó que el 50 % de los chicos argentinos, en una muestra de 600 encuestados de entre 10 y 12 años, se sintió mal en Internet por alguna situación que vivió con fotos o videos violentos, páginas que los incomodaron, insultos o burlas que recibieron o por invitaciones inapropiadas que les hicieron. En la ciudad de Buenos Aires, cuatro de cada diez chicos reconocieron que participaron de alguna acción de bullying, activa o pasivamente.

Hoy, seis de cada diez chicos de entre 11 y 12 años participa en una red social, con o sin el consentimiento de los padres, según una encuesta del Ministerio de Educación. Según Morduchowicz, el fenómeno de los youtubers precoces nace del afán de popularidad: Significa ver y ser vistos para una generación que vive en el mundo de las pantallas. «Si un chico de 11 años pide tener un perfil-aconseja-, quizás sea mejor que los padres lo autoricen, con la condición de que los tenga de amigos y puedan ver qué suben. El riesgo del no es que abran un perfil falso sin que los padres lo sepan».

Tras estudiar sus interacciones, Morduchowicz concluyó que los chicos suben mucha información personal. «No miden el alcance de la web, desconocen quién está detrás, no saben que allí nada es 100 % privado y que lo que suben es muy difícil de borrar. Y encima como para ellos la popularidad es un valor importante para tener muchos amigos, si para eso hay que exponerse, lo hacen».

El dilema para los padres ante el insistente pedido de acceso de los más chicos a las redes sociales es una constante. La principal inquietud ante el «no» es el aislamiento del chico frente a lo que hacen sus pares. Pero cada familia es un universo en sí mismo y no existe un criterio rector ni en cuanto a cuáles redes y dispositivos sí o cuáles no, según un sondeo de LA NACION entre padres. Pocos quieren quedar en los extremos de la restricción o de la permisibilidad.

«Más allá de sus demandas, yo no cedo. Hoy nos toca lidiar con un consumo desmedido de todo y los padres debemos fortalecernos, decirles que no y enseñarles a esperar. Si existe una norma, ¿por qué infringirla?», dice Manuela Badino, cuya hija de nueve años solo accede a los tutoriales de YouTube con ella al lado y tampoco tiene Ipod o tablet. «Prefiero ir más lento que rápido y educarlos por la vía difícil que es el límite a cada edad».

Santiago, también de nueve, pidió abrir una cuenta en Instagram. «Usá la mía», le dijo Ana Moreno, su madre. «Usan el chat para comunicarse con sus amigos, veo todo lo que postea en mi celular y a él lo sigue toda la familia-cuenta. Creo que no se lo podés negar. Es parte de su sociabilización, aunque en ese primer paso en las redes deben ir acompañados»

Agustina, de 9 años, miraba en su Ipod Soy Luna, cuando un contenido vinculado («Técnicas de acoso a profesores») irrumpió en su pantalla. «Al revisarle las páginas visitadas me puse furiosa. Luego, me explicó que ella no buscó ese contendido. Me sentí invadida, desafiada y me cuestioné si eso sucedió porque en el correo electrónico para Android, que obtuvo a los seis, le puse que era mayor de 13», cuenta Claudia Elías. «Mi conclusión fue que los controles parentales tampoco funcionan».

A Juana, de cinco años, le sucedió algo muy similar, mientras miraba Lady Bug por YouTube con sus padres en la casa, que es el único momento en que puede agarrar su Ipod, El contenido vinculado que se le apareció rezaba: «Lady Bug pierde a su bebé». No se trataba de la serie original sino de un juego cruento que se apropiaba de los personajes para otros fines. «Mi preocupaciónreal -dice María Berra, su madre- es saber que hay adultos ocupados en replicar una serie que los chicos consumen, con contenidos que no son para ellos».

Así las cosas, no parece ineficaz la receta que sugiere Roxana Morduchowicz: Esa que aboga, más allá de los controles, por introducir nuevas preguntas en el diálogo cotidiano con los hijos: «¿Qué hiciste, cómo te fue y qué cosas interesantes viste hoy en Internet?»

Habilidoso con los programas de edición, Francisco Iglesias, también de nueve años, insiste con tener su propio canal en YouTube. Quiere subir sus chistes, comentar películas y mostrar sus habilidades para el canto y el baile. Si bien navega sin restricciones por la web, sigue al youtuber chileno Soy Germán, y en marzo le permitieron usar snapchat e Instagram bajo la modalidad de grupo cerrado, la negativa materna es (y será, por el momento), innegociable: «Los videos públicos me parecen peligrosos, cualquier los puede bajar y manipular y no quiero que se exponga a semejante riesgo. Creo que en YouTube la amenaza es mayor que en otras redes sociales», argumenta su madre,

Al igual a lo que ocurre con la calle a la que se van asomando a medida que crecen, los chicos pueden transitar internet siempre y cuando tengan la edad adecuada, respeten ciertas reglas y cuenten con el cuidado que corresponde.No se trata de internet sí o de internet no, sino de ver cómo y cuándo abrir la posibilidad a que los más chicos entren en un mundo que tiene peligros y beneficios. Cuando hablamos de los más chicos en el contexto de las redes sociales, de los youtubers de los que son fanáticos, de la televisión y del consumo en general, debemos hablar de cuidados, de educación, de acompañamiento y de asumir plenamente la función de padres, para que no sean otros los que los eduquen, en nombre de valores que en ocasiones llegan a lo perverso.

En las redes y en internet existe una exagerada captación de la atención, y una manera de transmitir valores que puede confundir de mala forma a los chicos que, desde corta edad, se vuelven fanáticos de personajes y de «universos paralelos», desconocidos por los mayores. Vale curiosear en lo que los chicos hacen, pero no solo para controlar policialmente las cosas, sino para que ellos se sientan valorados y no sospechados en lo que hacen. Una cosa es jugar un juego en red o escuchar a un youtuber junto a un hijo, para sentir lo que él siente y divertirse (o agregar valor desde la reflexión) entrando un rato en ese universo, y otra es fisgonear metódicamente la computadora sospechando un mal comportamiento.

Esto apunta no a evitar poner límites en el uso de internet (no es aconsejable dejar el criterio de ese uso a los propios chicos) sino a saber poner dichos límites de la mejor manera, es decir, hacerlo desde la conciencia y no desde la sospecha.

Es verdad que, así como siempre fue difícil mirar todos los dibujos animados para discernir cuáles eran los adecuados y cuáles no, para desde allí habilitar la televisión con un criterio saludable, también lo es acercarse a la complejidad del mundo cibernético el que, además tiene otras complejidades como, por ejemplo, la posibilidad de una interacción directa con eventuales desconocidos. Por eso insistimos en que hay edades para cada cosa, y es verdad que el cuidado parental debe incluir la prohibición lisa y llana de ciertos contenidos y de ciertas acciones para los chicos que no tengan la edad mínima para discernir acerca de lo que la pantalla ofrece.

La cercanía emocional con los chicos los ayuda a regularse, y esa cercanía se inhibe cuando los padres solamente piensan desde el temor y desde la crítica negativa todo lo concerniente al universo infanto juvenil. El equilibrio entre la firmeza inclaudicable en ciertas cuestiones, y la calidez y la cercanía emocional con los chicos es difícil, pero es por ese lado que se los ayudará de la mejor forma a ubicarse ante un mundo que requiere de claros referentes para beneficiarlos.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1941143-youtubers-precoces-el-acceso-a-las-redes-el-nuevo-dilema-para-los-padres